CALDERÓN DE LA BARCA

CALDERÓN DE LA BARCA

EL ESTILO DE CALDERÓN.


Generalidades. El estilo cortesano de Segismundo. La importancia de los monólogos. Algunos tipos de diálogos. El ritmo musical y el narrativo. El gusto por la simetría.
   La vida es sueño está escrita en el estilo culto de Calderón, no tan intensificado como aparecerá en las comedias mitológicas y autos sacramentales de su madurez y vejez. Si comparamos El alcalde de Zalamea (¿1642?) y La vida es sueño, advertimos de inmediato la diferencia de procedimientos estilísticos. La primera está mucho más cercana a la naturalidad de Lope y en la segunda Calderón se nos muestra como un auténtico orfebre en el uso de imágenes, metáforas, paralelismos…, simetrías de todo tipo, descripciones que llegan a funcionar como guía de los elementos escenográficos, alusiones mitológicas, procedimientos diseminativo-recolectivos, correlaciones, neologismos (la mayor parte, incorporados hoy a la lengua: riguroso, trémulo, apacible, candor).
   El estilo de Calderón ofrece dos maneras distintas que cultiva al mismo tiempo, no sucesivas, sino paralelas. En algunas obras sigue muy de cerca a Lope, eliminando lo innecesario y concentrando la acción en torno a un tema central. A esta manera contrapone otra, ya magistral en La vida es sueño, en la que adquieren gran relieve ideológico, teológico, filosófico, lo simbólico, lo fantástico y los elementos escenográficos que llegan a hacerse muy complicados y en los que intervienen músicos, cantores, danzarines, pintores… No hay que olvidar que también compuso óperas (La púrpura de la rosa, 1659, camino en el que le había precedido Lope en La selva sin amor, probablemente la primera ópera española (1629).
  La expresión lingüística calderoniana une el culteranismo y el conceptismo, como culminación del arte barroco y como muestra del mismo origen de ambas tendencias- el gusto por el retorcimiento, la complejidad, lo hiperbólico-. Por ello, los recursos de estilo caracterizadores de una y otra tendencia aparecen mezclados, a veces con claro predominio de uno de ellos. El barroquismo se manifiesta también en lo dinámico de las obras, que unas veces se plasma en la acción (dinamismo externo) y otras en los intensos problemas psicológicos de los personajes, siempre en lucha consigo mismos (dinamismo interno).
   Practica Calderón un culteranismo muy atenuado con respecto al de Góngora. Ellos es lógico si pensamos que en la lírica, para leer, la expresión puede llegar a ser mucho más oscura que en el teatro, para oír, pues la palabra pronunciada huye sin dar tiempo a la reflexión del espectador. El lector, por el contrario, puede detenerse a desentrañar significados. No obstante, hay pasajes difíciles, aún insuficientemente aclarados. De todas formas, su poder sugestivo es tan grande que muchos los recitan sin penetrar en su sentido.
   Entrando ya en ciertas particularidades de la obra, destacaremos, por haber sido tachado de falso e inconveniente, el estilo de Segismundo en sus requiebros a Estrella o a Rosaura (II, escenas V y VI), que reproduce las maneras galantes de la corte, en las que no ha sido educado. Discreteo amoroso similar es el dedicado por Astolfo a Estrella (vv. 475 y ss.). En estos fragmentos el lenguaje se hace muy alambicado y los recursos retóricos se intensifican.
   Característica calderoniana muy evidente es el gusto por la argumentación o razonamiento de tipo filosófico. Los personajes actúan después de haber sopesado los pros y los contras de su manera de obrar (Clotaldo, vv. 395-474), Basilio (VV. 760 y ss.); Segismundo, en sus monólogos… En realidad, toda la obra está montada sobre razonamientos.
   Los dos famosísimos monólogos de Segismundo (vv. 103-172) y 2148-2187), llamados por algunos columnas barrocas de La vida es sueño tienen, sobre todo, una enorme cargazón culterana, por acumulación de metáforas, aunque no falten conceptos. El sentido filosófico de las décimas se une a su sonoridad, a lo exquisito de su lenguaje, a la fluidez verbal. El primer monólogo desarrolla dos ideas centrales: “el delito mayor del hombre es haber nacido” (pesimismo barroco) “y teniendo yo más alma, tengo menos libertad” (inferioridad del hombre con respecto a los demás seres de la naturaleza).
   En el segundo monólogo vuelve a culminar el pesimismo en el tema del desengaño y la transitoriedad (Sic transit…) de lo humano. El estilo aquí se ciñe a lo natural, de modo que los recursos fundamentales se ciñen a reiteraciones, esquemas simétricos e interrogaciones. El trasfondo filosófico vuelve a ser profundísimo.
   Pero hay otros muchos monólogos en la obra que han quedado oscurecidos por la fama de los dos citados. Basilio, Rosaura, Clotaldo y hasta Clarín monologan, bien para razonar sobre sus actos, bien para analizar sus sentimientos, o por ambas cosas a la vez. Debe recordarse que el monólogo es pensamiento, pero que en el teatro ha de pronunciarse en voz alta, pues de lo contrario no sería conocido por el espectador. Asimismo, por ser un acto individual, íntimo y silencioso, no cuenta con interlocutores. En la obra, el primer monólogo de Segismundo muestra también la exaltación del príncipe en su expresión oral, pues el que lo oigan Rosaura y Clarín quiere decir que no es un pensamiento callado, sino que los sufrimientos han llevado al personaje a gritar su dolor.
   En cuanto a los diálogos suelen fluir con bastante naturalidad, sobre todo cuando existe intimidad entre los hablantes. Hay algunos muy vivos y violentos, dada la furia de Segismundo; en otros, las intervenciones de los personajes se hacen larguísimas porque expone un argumento. En fin, encontramos diálogos cuyas frases van completando alternativamente los que intervienen (Jornada I, escena VI), y diálogos rapidísimos en que cada verso está repartido en dos mitades que pronuncian, también de forma alternativa, dos interlocutores (vv. 2631 y ss.).
   En lo que respecta al ritmo, los versos calderonianos se caracterizan por su rotunda sonoridad (ritmo musical), pero los elementos rítmicos que afectan al avance de la acción (ritmo narrativo) han de estudiarse en cada fragmento, pues los rasgos de estilo pueden dinamizar o demorar.
   Es muy importante destacar en Calderón la rigurosa expresión simétrica, jerárquica y correlativa a la que ajusta los esquemas de sus obras y los parlamentos de los personajes. Estos hablan de modo ordenadísimo, recurriendo a los ordinales (primero…, segundo…) para delimitar y colocar cada cosa en sitio. Las correlaciones diseminativo-recolectivas son organizaciones cerradas, matemáticamente estructuradas que, aparte de su belleza, nos permiten observar lo meticuloso, rígido y elaborado del estilo de Calderón, muy lejano de la naturalidad de Lope, quien se movía cerca de la línea legada por el Renacimiento. En tal sentido, el barroquismo de Calderón es pleno e insuperable, como lo demuestra el hec